Breve introducción a la temática
El deporte es una de las instituciones al servicio de la sociabilización más antiguas. La función social del deporte se constata desde tiempos inmemoriales, a lo ancho de la tierra y en diversas culturas. Un claro ejemplo son los Juegos Olímpicos cuya larga tradición permanece actualmente vigente. Hace aproximadamente 2500 años, para los griegos de entonces, las Olimpiadas eran un acontecimiento de enorme valor político-cultural, en el cual las diferentes polis de la antigua Grecia se daban cita con el fin de mantener encendida la llama del espíritu helenístico. Lograban reunirse diferentes sistemas políticos sin perder su singularidad. Aun en nuestros días el deporte continúa teniendo esa función de cohesión e intercambio social que se refleja en la pertenencia al club de barrio tanto como en las más prestigiosas competencias internacionales donde el sentimiento nacional es representado. El motivo de esta breve introducción es poner de relieve la dimensión política y social del deporte, la cual perdura a lo largo de los siglos y consideramos estratégicamente significativa para nuestros días.
Nuestra propuesta sobre el DEPORTE INCLUSIVO se apoya en diferentes disciplinas como la antropología y la sociología, las cuales estudian las estructuras sociales y nos enseñan que la existencia humana se realiza en una relación social estructurada que determina sus posibilidades. La psicología a su vez nos advierte de una importante consecuencia de esas estructuras sociales para los hombres. Ya que establecen siempre “un nudo” entre el cuerpo y el lenguaje, el cual ofrece un fundamento donde asentar las pautas de conducta que regulan las dinámicas sociales. La familia, la educación y el trabajo son algunas de las estructuras sociales más fácilmente reconocibles pero, ¿por qué no contar al deporte entre ellas?
Cabe preguntarse, en este sentido, si el hecho de que cada vez haya más niños y jóvenes que no responden a las pautas sociales, ¿no demuestra fundamentalmente dos cuestiones que no podemos continuar obviando: primera, que la sociedad como tal es una construcción histórica y, segunda cuestión, esa misma sociedad es responsable de crear y desarrollar medios de socialización “actualizados”? y, por otro lado, ¿podría el deporte ofrecer una alternativa de inclusión?
La inclusión, un tema de actualidad.
Diferentes escenarios institucionales dan cuenta de un padecimiento ligado a la inclusión que día a día es más acuciante. Especialmente en el ámbito educativo, por ser el espacio social privilegiado de los niños y jóvenes, encontramos este malestar con mayor frecuencia e intensidad, tomando cuerpo en distintas formas de violencia y discriminación entre los adultos, los alumnos y las familias. La irresolución de estos conflictos conlleva un pasaje casi directo al ámbito de la salud del cual se espera un “dictamen” regulatorio de la interacción institucional. Manifestando, de este modo, la significación legislativa que asume la práctica de salud sobre el ámbito educativo, por lo tanto el diagnostico adjunta sin saberlo un efecto de “sentencia o fallo” judicial. El otorgamiento de la certificación de una patología adquiere un valor central que determina las condiciones de encuentro entre niños y adultos y trae aparejado una frustrante desorientación en padres, educadores y directivos; ya que no resuelve los obstáculos a la inclusión.
La interpenetración que articula estos ámbitos evidencia la dimensión sintomática de la infancia en nuestra época. Consecuentemente el intenso empuje transferido desde lo jurídico-legal se infiltra en otros campos y desdibuja o debilita la posición que podrían asumir los adultos. Esto es sensible y manifiesto en docentes cuyo acto queda inhibido por estar atónitos frente a la pregunta, “¿Qué debo hacer?”. Pregunta proveniente de otro ámbito. Sin embargo, esta dificultad no es exclusiva de los docentes ya que el saber hacer del adulto frente al niño queda desalojado cuando la dimensión del “deber” adquiere mayor relevancia en un campo en el que no se origina. Esto causa desorientación ya que desarticula los vínculos entre adultos y niños.
La responsabilidad, un malentendido.
Proponemos pensar las condiciones de inclusión de niños y jóvenes articulando el concepto de responsabilidad en tanto su carácter vinculante. En estas situaciones la pregunta “¿quién tiene la responsabilidad?” es bastante típica y se desplaza entre los padres, los docentes, los terapeutas y conduce al juego de “¿quien le pone la cola al burro?” donde finalmente la figura de adulto responsable se va desvaneciendo, empobreciendo, borrando y destituyéndose del lugar de referente. Lo cual, sin duda, no es algo bueno para los niños ni para los adultos. Por ello, no solo es importante sino que se ha vuelto urgente la necesidad de diferenciar entre “tener la responsabilidad” y “ser responsable”. Si “se es” responsable uno ya está comprometido en su ser con la situación y la necesidad de dar respuesta. Si la responsabilidad “es algo” que se tiene también es algo que se puede perder o transferir. Nuestra ética nos lleva a pensar que en todo encuentro con un niño o joven sea en el marco que fuese, institucional, profesional, educativo, etc. el adulto en ese encuentro siempre es responsable. Puesto que él es quien determinada la situación cuando responde con su acto generando un vínculo y proyectando un modelo social.
Según la etimología de responsabilidad, el término tiene su origen en la palabra “responsable” que, a su vez, procede del latín “respōnsum”, supino de “responderē”, que significa “responder” en el sentido de “comprometerse”. Posteriormente el término “responsable” se ha sufijado con “bilidad”, que confiere significado de “cualidad de”, es decir, “cualidad de responsable”.
Por otro lado, el diccionario de filosofía de Ferrater Mora destaca que la capacidad de responder conlleva necesariamente la condición de libertad. Ya que si todos los actos estuviesen determinados la responsabilidad se desvanecería. Esto localiza a la responsabilidad por fuera de los mecanismos automatizados. Otra vertiente de la responsabilidad recorta al sujeto y el objeto de los actos. Las personas serian responsables de sus actos para sí, para la sociedad y para Dios. En este sentido queremos destacar el valor “vinculante” del concepto. El compromiso que emana de él tiene un efecto de ligazón entre los humanos. Encontramos entonces tres dimensiones de la responsabilidad: acto, libertad y compromiso. Por lo tanto, es necesario un fondo de libertar que posibilite el acto o respuesta y produzca un sujeto vinculado a otros. Utilizaremos este concepto de responsabilidad como brújula para interrogar el paradigma actual.
La paradoja de la discapacidad.
El paradigma de la discapacidad surge del modelo médico y toma fuerza de la vertiente jurídica. El sujeto que establece deposita toda la capacidad de dar respuesta en el saber médico. Esta responsabilidad articula una esperanza en tanto se esperan efectos. Por lo tanto, el saber del médico terapéutico se refuerza desde dos vertientes: desde la legitimidad jurídica y desde la esperanza en los efectos. El fenómeno que da cuenta de esto es la impotencia que sienten los adultos que ya no saben qué hacer. De forma tal que cualquier otra posibilidad de encuentro para niños y/o jóvenes queda, o eclipsada por este fenómeno, o absorbidas en él. La impotencia conduce a una paradoja que suele encontrarse en dos situaciones muy frecuentes. Ellas son, el uso de la “nominación diagnostica” como nombre del sujeto y la construcción de un “saber específico” para ese “tipo” de sujetos. Cuando el nombre de la patología se convierte en el nombre del sujeto y lo representa para espacios sociales lejanos al ámbito de la salud estamos en los niveles iniciales de exclusión. Un sujeto así nominado circula por diferentes espacios y se va produciendo un efecto de exclusión que puede finalizar en la construcción de dispositivos específicos para sujetos así tipificados como por ejemplo, “lectura para asperger” o “natación para autistas” o cualquier tipo de actividad en tanto que se defina por cierta tipificación de sujetos.
Por ello, creemos necesario interrogar el desborde de la nominación diagnósticas. En este sentido el paradigma de la discapacidad no es suficiente para resolver la problemática de la inclusión sino se traza un borde que articule un más allá del diagnóstico. Por ello es necesario establecer que el diagnóstico es una orientación limitada y debe producir un más allá del mismo para que cada adulto asuma una posición propia en el encuentro con el niño o joven.
Lic. Germán Spangenberg
Cofundador Viento en Popa
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