Construcción de la habilidad deportiva grupal


 

Queremos enseñarles algunas consideraciones a la hora de pensar los programas de actividades para favorecer la inclusión.

En este video veran como ir de lo simple a lo complejo:

En un comienzo utilizamos un objeto de facil manipulacion y luego pasamos a otro de mayor desafío motriz. La acción se realiza en espejo, es decir por imitación. Este esquema es simple y facilita un punto de partida.

Posteriormente se sale del esquema en espejo y se realiza una actividad de 2 puntos (ida y vuelta). Este es un punto de evolución de la actividad muy importante. De ser posible se le suma complejidad (como vemos con la paleta pero con una pelota grande. Para no desafiar todas las capacidades al mismo tiempo.

Una vez que esta dinámica tiene buena recepción podemos pasar a una escena de mas participantes donde ya no es una actividad e 2 puntos (ida y vuelta) sino que hay una circulación posible de "pases". Como esta escena ya es una transformación se vuelve al objeto de manipulación mas simple. De forma tal de ofrecer un aspecto facilitado (pelota grande y mano).

Si todo esto sale bien, se sostiene el encuadre en diferentes lados y se pasa a un elemento de mayor complejidad (pelota pequeña y paleta)

Siempre es importante tener esta concepción de las actividades: descomponerlas y solo ir agregando dificultad si la participación se sostiene satisfactoriamente. Si no es así, debemos retroceder a un punto en el que si sea posible realizar la actividad y esperar.

Claves del DEPORTE INCLUSIVO

 


En este video recopilamos material fílmico de para que aprendas algunas claves del DEPORTE INCLUSIVO.

Lo que no puedes ver:

El sentido de los "turnos" no tiene que ver ni con una falta de materiales ni con la exigencia física de la propuesta. Los turnos son una forma de "cortar" la continuidad de una actividad y que no se presente como una exigencia de la cual no sabemos cuando termina. Este detalle es una clave fundamental para lograr la aceptación del participante. 

Los turnos no están asignados, en cada cambio se pregunta ¿quién quiere hacerlo? para evitar producir una exigencia personalizada. Se debe querer producir que el propio participante se incluya. Para esto, también los coordinadores deberán tomar alguno de los turnos. Esta rotación rompe con la asimetría de poder propia de la educación ("docente/alumno"). Si el participante no accede, se deberá respetar la decisión y buscar la forma de hacer atractiva la escena. Por ejemplo incorporando alguna canción o cualquier otro elemento que el participante ya traiga consigo.

Los turnos, una vez tomados, deberán tener un final muy bien establecido y claro. De esta forma la consigna provee al participante la garantía de un fin. No quedará atrapado en una exigencia del coordinador. Se puede contar hasta un número que el participante disponga, cantar una canción o cualquier otra manera de medir un tiempo. Por otro lado, además de este tiempo fijo, se supone que la acción realizada se está haciendo adecuadamente. Se deberá ajustar el tiempo a la realización efectiva y adecuada. 

Esta forma de proceder esta basada en lo que en psicología del desarrollo se llama "juego en paralelo". Un niño juega junto a otro pero no interaccionan entre sí. Esto lo usamos solo durante los procesos de incorporación de una nueva actividad. Posteriormente buscaremos generar interacciones entre ellos. Debemos tener en cuenta que si le dejamos al participante conocer y construir un saber hacer en la actividad, luego, la participación sera mas confiable para él.

Ahora sí, vayamos a lo que sí se ve:

Se deberá corregir e introducir las técnicas solo en la medida justa, de forma progresiva y velando por sobre todo que no se altere el deseo de participar.

La actividad que se quiera lograr por ejemplo kayak deberá descomponerse tanto como sea posible. En el video vemos un juego de pelota y pala que tiene como finalidad la presentación y adecuación a la pala como instrumento.

También vemos a los participantes utilizando los equipos en tierra, de forma que puedan ir familiarizándose antes de sumar otro aspecto como puede ser el equilibrio en el agua y la falta de sustento que implica.

Si un participante tiene una preferencia por alguno de los equipos se deberá continuar por allí y solo posteriormente y si se da la posibilidad tratar de que se interese por hacer modificaciones:

Un ejemplo: Supongamos que un participante solo está interesado en el kayak. Se le puede hacer algún tipo de juego de forma erguida en el kayak y si esto sale bien y se divierte se le puede sugerir cuanto mejor podría hacerlo si lo hace en una tabla. 

Esperamos haber podido trasmitirte algunos de los aspectos que contribuye a pensar una practica inclusiva.

Visita de la TV Publica



En este vídeo te presentamos un resumen de algunas de las actividades realizadas en Viento en Popa.
Las imagines y la edición del video se lo debemos al programa "Desde la Vida" de la Televisión Publica de Argentina.
 

Política y juego.




¿Cómo podrían estar relacionados “el jugar” y la política? Desde el comienzo se nos presenta como cosas o de niños o de adultos. El jugar da placer, divierte y es algo íntimo o privado; la política por el contrario es complicada, genera habitualmente discusiones y problemas y refiere sin duda a la esfera pública. ¿Por qué entonces nos proponemos dilucidar una estrecha relación entre ambos? Podría decirse, sin faltar a la verdad, que ambas tienen aspectos universales. Se dice que todos llevamos un niño juguetón dentro. Así como también se dice que de alguna manera “todo es político”. ¿Querríamos decir acaso que hay algo de juego en lo político y/o algo de político en el jugar? Dejemos abiertos los interrogantes por el momento.
Perspectiva histórica
Si hablamos de jugar referimos a los niños y la infancia y es un hecho que la emergencia en la historia del “niño”[1] es fechable. Si bien ya en la Edad media aparecen registros sobre la infancia no es hasta la modernidad donde se pone de manifiesto la profunda importancia de la infancia y la necesidad de saber al respecto. La Modernidad cuidó del niño al darle derechos y reconocerlo. Al mismo tiempo desplegó un aparato científico específico para estudiarlo.
El jugar es la actividad infantil por antonomasia esto es obvio para cualquiera. Las múltiples disciplinas que aborda la niñez rescatan el jugar como una actividad de vital importancia pero poco se sabe a nivel general de por qué los niños juegan. Simplemente, es lo que hacen.
La ciencia, es decir, el discurso moderno que garantiza y distribuye la veracidad y efectividad de los saberes, se ha preocupado por el tema. La medicina rescata el impacto positivo en el desarrollo del jugar así como la psicología en el aspecto social del mismo. Pero ¿es el jugar una actividad natural? ¿Cómo decir que no ante algo tan evidente? ¿Qué consecuencias habría si pensamos el jugar como algo “no natural”?
Psicología e instituciones
En una breve y aguda nota periodística titulada “lo bebes saben jugar”[2] escrita por Ricardo Rodulfo ‒uno de los psicólogos clínicos más reconocidos de nuestro país‒ dice:
“Jugar no es un hecho entre tantos otros: es el hecho capital de la existencia psíquica en su emerger. Es la manera originaria de subjetivarse: mucho antes de poder decir ‘yo’, el bebé se subjetiva cuando agarra algo con decisión, para jugar con eso”.
En la textualidad de la nota se observan algunos entrecomillados muy sugerentes especialmente sobre la palabra “saber”. El detalle crucial del escrito es la articulación de una frase típica en los adultos al referirse a algunas conductas de los niños. La frase en cuestión es, “hace lo que quiere”. Esta frase se enuncia generalmente apuntando a cierta desobediencia de los niños y con tono de queja por parte de los adultos. Debe interpretarse, por lo tanto, como un “no hace lo que debe”. Ahora bien, ese “deber” no es posible aprehenderlo sino es por medio de un requerimiento del adulto hacia el niño.
Para facilitar la comprensión: cuando (en general) una madre dice “anda a bañarte” lo hace pensando en que la higiene es algo que debe hacerse sin necesidad de justificación. Sin embargo, a oídos del niño que no sabe nada de tal “deber”, esto solo la puede entenderse como que la madre es quien quiere que se bañe. A este hecho discursivo lo llamamos “demanda”.
De modo tal que los ideales sociales llegan al niño por medio de la demanda agenciada por los cuidadores. La educación ya sea escolar o familiar tiene su principio y fin en hacer que un niño consienta a las demandas sociales como “saluda”, “vestite bien”, “lee”, “escribi”, “sentate bien”, “quedate quieto”, “hace silencio cuando hablan los adultos”, etc.
Aun cuando todas estas demandas estén bien fundamentadas en el orden social y se crea en la necesidad del niño de ajustarse a ellas para vivir en sociedad no es posible suponer que el niño conozca su origen y fin; por lo tanto no dejara de vivirlo y aprenderlo como un pedido de alguien, en general padres y maestros.
El jugar: “lo que nadie quiere”
Nuestro sabio autor, al proseguir la nota, nos enseña que jugar es hacer lo que “nadie quiere”. De esta forma jugar y demanda quedan articuladas y diferenciadas. El jugar como actividad infantil, íntima y placentera se desarrollara al margen de lo que los adultos quieran ‒que no es más que la incorporación y complimiento que las pautas del orden moral social‒. Siguiendo esta línea no es necesario “saber” jugar sino que a partir de diferenciarse de la demanda se abrirá el espacio lúdico como campo de posibilidades.
Esta reflexión nos lleva a pensar que “el jugar” es subversivo respecto del orden social o al menos marginal. Ya que su existencia se despliega en una dialéctica diferenciadora respecto de la demanda. Si esto fuese así se produciría una especie de paradoja.
Por un lado el jugar es de vital importancia para el desarrollo físico, psíquico y social del niño y por el otro lado podemos ver que el espacio de juego es lo que NO es requerimiento o demanda de orden social. Esta irreductible tensión es la que da carácter político al juego y a la infancia. Ya que la constitución del sujeto se produce en y por esa tensión.
Los juguetes, objetos del mundo
Ahora bien, el jugar no solo es una acción motriz sino que involucra objetos. Esta es otra obviedad a desandar. Desde la perspectiva histórica, en la modernidad, surge el juguete que no es más que la institucionalización objetal del jugar. El juguete tiene una historia también, lo cual, hace evidente su carácter político ya que emerge en un tipo de organización social determinada.
Para tomar perspectiva y depurar la obviedad hagamos un ejercicio introspectivo y pensemos la relación de nuestro abuelos y sus juguetes, la nuestra propia y la de los niños actuales. Creo que en la mayoría de los casos coincidiremos en la observación de la proliferación y complejidad de los juguetes con el paso del tiempo.
¿Por qué sería necesario que haya más juguetes en la vida de los niños?
Ninguna, ya que no es una necesidad del jugar, sino una característica del jugar como practica social en un régimen productivo. Esto explicaría la incorporación de tecnología en los juguetes así como también la masividad de juguetes que tienen los niños actuales.
No es un factor natural sino cultural. Por ello, las personas mayores refieren con amor uno o dos juguetes que los acompañaron en su infancia. Hecho que se perderá en el futuro porque ¿quién puede extrañar lo efímero?
Donald Winnicott eminente psiquiatra y psicoanalista infantil presenta en su libro “Realidad y Juego”[3] el famoso objeto transicional que tanto ha servido a la psicología, educación y crianza. Este objeto transicional se puede pensar como un objeto concreto, en el sentido lato del término objeto. Sin embargo, en psicología la palabra objeto remite a otra cosa.
El objeto es una entidad psíquica por lo tanto libidinal que es posible articular a objetos concretos. El objeto transicional demuestra como en el jugar como acción espontanea se realiza en esa “tensión” que referimos anteriormente. Por ello, “transicional” y “tensión” son análogas si consideramos que una refiere a un psicologismo y la otra a una cuestión política.
Del hacer sobre este objeto transicional resulta la construcción de la realidad en equilibrio con el espacio interno. El aspecto material del objeto transicional descripto por Winnicott es una “mantita” o “trapito” o “pedacito de tela” etc.… nótese que no es un juguete ni un objeto de valor social (ni económico). Por otro lado es un objeto que debe durar en el tiempo para cumplir su función.
Cuando decimos durar queremos diferenciarlo de una moda o de la obsolescencia tecnológica. Nos referimos más bien a que debe resistir a los embates de la rudimentaria manipulación de un niño para poder acompañarlo en la construcción de su aparato psíquico o de su subjetividad si se prefiere.
Política del jugar y lazos sociales
¿Qué consecuencias tendrían la manipulación de celulares, tablets y consolas por parte de los niños, aun a edades muy tempranas?
El filosofo Byung Chul Han en La agonía del eros[4] desarrolla su preocupación por la decadencia de los lazos sociales en el contexto neoliberal como forma de organización social. Una de las tantas características que definen esta época según el autor es “el goce de lo nuevo”. Es evidente que esta característica del goce implica fugacidad.
Algo es nuevo hasta que se entra en contacto con ello. Una vez manipulado, una vez alterado su estado de exposición para entrar en una dinámica que económicamente se caracteriza como “consumo” y no como “propiedad”[5]; ese objeto pierde el brillo de la novedad y ya no puedo gozar de él. La necesidad de lo nuevo nos conduce a la lógica de lo efímero y ella a la ciada de los lazos.
Este preocupante análisis hecha luz sobre una “nueva tendencia” entre los niños. Esta expresión intenta demostrar como en nuestros modismos habita la lógica que el filósofo denuncia. Podríamos ensayar otro decir: existe en la actualidad una práctica social de los niños que consiste en no sacar a los “juguetes” de sus “cajas” para que no dejen de ser coleccionables según dicen algunos de ellos.
Es evidente que los niños no pueden dar cuenta de por qué hacen lo que hacen. No hay ninguna lógica que imponga para “lo coleccionable” lo sagrado del packaging. Lo evidente es que los niños posmodernos no juegan, consumen. El jugar, como el hacer sobre el objeto que soporta la construcción de la subjetividad, queda detenido como defensa ante lo efímero. Se intenta prolongar en la fascinación, el instante del gozo.
Si la cultura instituye las condiciones de goce en la novedad, la obsolescencia intrínseca al objeto de origen social, se traduce en sufrimiento. El impasse al que son llevados los sujetos en edades tempranas implica sacrificar las tendencias lúdicas y detener los procesos de subjetivación. Se impone detener el hacer para evitar la ruptura de goce que impone la fugacidad.
Conclusiones
Llegado este punto podemos conceptualizar “el jugar” como una práctica social. Dado que está articulado a un espacio marginal a la demanda y respecto de la cual un niño se instituye como sujeto en un orden social determinado. El último eslabón en nuestro análisis pone de relieve la dimensión de los lazos sociales de esta práctica.
El desplazamiento de las prácticas modernas (entre ellas el jugar) fundadas en el Estado por parte del mercado son las causas de estas transformaciones cuya consecuencia es la ruptura de los lazos.
El niño moderno fijaba su goce a los objetos marginales a la demanda. Los sujetos posmodernos, si es que así se los puede llamar, quedan expuestos al “infierno de lo igual” según el filosofo. Entendiendo por esto un estado que no ha podido articularse a una dialéctica de la diferencia.
Por lo tanto, la alteridad como registro que permite construir una interioridad y una identidad, queda imposibilitada. De allí la irrupción de la violencia o la abulia en la infancia. Del otro lado, la desorientación de los adultos así como la desidia de las políticas terminan promoviendo la patologización de la infancia cuyas cifras crecientes, transversales en cuanto a clases sociales e inexplicables por otro aspecto que no sea el político parecen dejarnos pasmados, inmóviles o reaccionarios.
La sociedad capitalista actual, su forma de multiplicar y distribuir los objetos de goce, es decir, la forma en que estructura las relaciones humanas conlleva individualismo y segregación. Por algún motivo parece obviarse la relación entre la emergencia de una suerte de “autismo de la vida cotidiana” y las estructuras sociales; como si los pequeños actos íntimos como el jugar no estuvieran influenciados por la cultura y viceversa.

[1] Podemos hablar de “niño” en tanto estatus jurídico y no como en ser biológico.
[2] https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/subnotas/9-65074-2013-09-19.html
[3] Realidad y Juego. Winnicott, D. W. Gesida. 1971. Barcelona, España. Este título sirvió de inspiración a nuestras intenciones de quitarle al “juego” el psicologismo que implica el término “realidad” y darle estatus de práctica social para revelar la dimensión política que entraña.
[4] La agonía del eros. Byung Chul Han. Herder.2014. Barcelona, España.
[5] Recordemos que Winnicott caracterizó al objeto transicional como “la primera posesión”, idea que no podría ser entendida fuera de una cultura basada en la propiedad privada.

“EL DEPORTE INCLUSIVO: un dispositivo a la altura de la época”.



I. La encrucijada

La comprensión de una época implica desentramar los criterios que instituyen la coherencia normativa que regula las relaciones humanas de una sociedad.
Ahora bien, uno de los grandes aportes de Michael Foucault (1975) -quien renovará el estudio de la política moderna- fue el descubrimiento de que el poder y la dominación en la modernidad no responden a la representación de la crueldad de un amo y señor que avasalla a la plebe. Sino que el poder en la era moderna se produce gracias a ciertos artificios que se instalan en todos los órdenes de la vida cotidiana. Además, tuvo la lucidez de hacer de estos medios de dominación algo positivo en el sentido de su materialidad. Son artificios que existen concretamente y que llamó genéricamente “dispositivos”. Estos producen saberes y fundamentan prácticas que a priori pueden parecernos de lo más inocentes ya que son el andamiaje habitual de muchas instituciones.
Cabe la pregunta ¿Qué se quiere dominar? cada sociedad tiene una forma de nominar y localizar eso CONTRA lo que se ejerce la dominación. En las sociedades modernas, las prácticas de dominación o “disciplinas”, se ejercen sobre el cuerpo en tanto este alberga la maliciosa sexualidad. Por medio del dominio del cuerpo se lograba dominar la sexualidad como representación de la sustancia viva. La construcción del eje biopolítico (1978-1979) le permite realizar un estudio detallado y pormenorizado de la dominación.
Ahora bien, ¿Qué transformaciones encontramos actualmente en estas prácticas que organizan las relaciones sociales?
Uno de los hechos que caracterizan nuestra época, como señalara Jaques Lacan (1975), es la unificación de la ciencia moderna a partir del siglo XVII. Esta unificación marchó de forma correlativa y solidaria con el desarrollo del capitalismo e implicó la creación de un mercado de saber. De este modo el saber empezó a participar en la producción de bienes. La articulación entre el saber científico y el mercado es imprescindible para configurar nuestra época.

Es su libro “El hombre postorgánico”, respecto de esta articulación entre la ciencia y el capitalismo post industrial, Paula Sibila (2005) se pregunta “¿Cuál es la relevancia biopolítica de estos nuevos saberes que se aplican a nuestros cuerpos y almas?” (pág. 230). La aplicación de estos nuevos saberes refiere a los descubrimientos en el campo de la genética, más precisamente al código inscripto en el ADN.
Según ella, en el orden de nuestra actualidad, el código genético ocupa el mismo lugar lógico que la sexualidad ocupaba en la época moderna. La dominación se ejerce ahora sobre el código genético mediante un enorme y complejo aparato productivo. Según sus estudios es de este modelo de donde se extraen los criterios que caracterizan nuestra actualidad… el código, lo digital, lo virtual, etc. Por medio de la metáfora de “programación genética” se produce campo abierto a las prácticas de producción y corrección genética en todos los órdenes de la vida. De este modo el criterio genético no se limita a un área de estudio, disciplina u objeto sino que se impone atravesando toda diversidad cultural, social, histórica, singular, etc.

Estas son algunas líneas que configuran de forma general nuestro mundo actual caracterizado por el auge de la ciencia. Aunque, sin embargo, hay un reparo que no podemos pasar por alto: los fenómenos del campo de la locura resisten al ejercicio de la adaptación que proponen los sistemas de control y dominación articulados a la ciencia.
En el capítulo “Espejismos del peritaje”, Roudinesco (2005) nos dice que “para comprender como hemos podido pasar en un período de treinta años desde un enfoque estructural del sujeto que tenía un cuenta sus afectos, su vivencia existencial, una lectura de su vida inconsciente o de la de su entorno a una compartimentación “ateorica” de sus comportamientos, es preciso que sepamos en primer lugar que los procedimientos para evaluar al psiquismo nacieron, después de 1970, de una VOLUNTAD de los responsables de las políticas de salud públicas con vistas a reducir de modo drástico el costo de las financiaciones de todas las formas de patologías…” y denuncia “¿Quién reuniría las condiciones para evaluar al evaluador? ¿cómo controlar las desviaciones provocadas por los espejismos de esta ideología de peritaje generalizado que ha invadido la sociedades democráticas y pretende en nombre de la seguridad de la población, controlar lo incontrolable?”.
Por fortuna, en la conferencia “El final del DSM y el futuro de la clínica”, Eric Laurent fecha el año 2013 como el principio de la crisis y final del DSM. Los científicos asombrados parecen despertarse de una pesadilla. Reconocen que los procedimientos implicados en la implementación de las prácticas basadas en el DSM no tienen carácter científico, revelando por lo tanto, su carácter burocrático al servicio de la administración de recursos financieros. Esta ruptura no es otra cosa que la imposibilidad de recubrir los fenómenos de la locura por los criterios biologicistas imperantes.
Hay, entonces, un frente ideológico político con voluntad administrativa articulada a una burocracia sostenida en un modelo científico que retroalimenta ideales de reducción de costos y maximización de beneficios. Y, por otro lado, un fondo inasible en el cual los fenómenos referidos a la locura rebasan los medios de control multiplicándose y diversificándose.
¿Cuáles son algunas de las consecuencias de la certeza reduccionista del criterio genético que avanza al servicio del capitalismo?
El desborde que altera y transforma los parámetros cotidianos de nuestras vidas con la lógica del código (genético y digital) implica el barrimiento de la subjetividad como efecto de la palabra, de lo simbólico, etc. Y, en este sentido, la clínica es el aparato privilegiado para anoticiarse de estos cambios.
Si bien pueden enumerarse una diversidad de consecuencias preferimos leer un factor común a partir del malestar social: La certeza de la ciencia produce un desalojo de la dimensión del sentido y por lo tanto en muchísimas de las problemáticas sociales y subjetivas se puede percibir un padecimiento ligado a la exclusión ya que es el campo del sentido el que permite el acceso al sujeto.
El paradigma subjetivo actual puede figurarse como “autístico”, producto del desalojo de la dimensión del sentido que lo caracteriza. No en el sentido nosológico sino en el sentido freudiano aunque él acuñó el término como “autoerotismo”. Este aspecto de la vida anímica humana queda salvajemente expuesto y estimulado en el orden actual de nuestro mundo. Y, por ello, el síntoma de la época se podría figurar generalizadamente como referidas a la inclusión.
Entonces, tenemos un mapa de situación en el cual la impotencia de lo simbólico es consecuencia del desalojo de la dimensión del sentido producto del imperativo científico-capitalista. Lo que encontramos son subjetividades cerradas sobre sí mismas cuya problemática se presenta desde el Otro social como un problema de “inclusión”. Los diferentes dispositivos de abordaje se encuentran frente a la pregunta ¿Dónde incluir a los sujetos si lo que parece estar en jaque es el lazo social mismo?
¿Puede nuestra sensibilidad acercarnos a la experiencia que pudiera tener un niño de esto? Si el contexto vital donde crece, lejos de aportar elementos estructurantes que favorezcan su desarrollo, realiza, en cambio, una incitación y estimulación que empuja al autoerotismo a partir del modelo que rompe los lazos. Esto da carácter de urgente a la pregunta ¿Cómo instituir nuevas orientaciones para alojarlos padecimientos? ¿Cómo responder al malestar por fuera de la ciencia y articulando la dimensión de sentido necesaria para el advenimiento de un sujeto?

II. El deporte inclusivo, una alternativa.

El significante que puntúa el malestar de la época es el de la inclusión y este conlleva efectos de exclusión. Sin embargo, las respuestas a estas problemáticas están al servicio de un imperativo adaptativo ya sea mediante una bioquímica o por la pedagogía de la conducta. Este imperativo se infiltra en todas las instituciones, particularmente en los campos de salud y educación. Reforzado por la vía del derecho que liga el sujeto de derecho al Otro social impuesto por la ciencia. De este modo, el campo de la DISCAPACIDAD se constituye como articulador del paradigma subjetivo entre el imperativo adaptativo como practicas productoras de subjetividad.
Por ello, la apuesta por el deporte inclusivo implica desprenderse del marco institucional educativo y terapéutico e intentar construir un lugar renovado desde el cual intervenir a nivel del sujeto afectado por el lenguaje.

Utilizare una matriz conceptual extraída del libro “Ética: un horizonte en quiebra” de Jean Michel Fariña (2002) para presentar el deporte inclusivo como el dispositivo que creamos para poder intervenir en esta situación tan compleja como la que describimos anteriormente. Recordemos que este dispositivo alberga subjetividades que emparentamos a las psicosis y al autismo. Estas subjetividades parecen arrasadas o detenidas por la ausencia de referencias estructurantes que favorezcan la elaboración. Subjetividades que no están inscriptas en el complejo de Edipo y significación fálica donde los síntomas y el fantasma tienen una relevancia particular. En las cuales hay una mayor urgencia por una oferta que se diferencie de la exigencia de normalización adaptativa.

Contrastemos los modelos expuestos




En el nivel particular se inscribe el DEPORTE INCLUSIVO en tanto dispositivo que aloja sujetos con características ligadas al campo de las psicosis y el autismo. Es una forma de NO retroceder ante los fenómenos de arrasamiento subjetivo propios del avance de la ciencia y el imperativo adaptativo ligado a ella. Entendemos que este marco provee las condiciones para modular nuestra oferta. Reubicamos la dimensión del Otro en el deporte, diferenciándonos de las instituciones de salud o educativas. Articulando el resorte de la inclusión desde otro lugar donde prevalezca la producción subjetiva de los participantes. Este marco, decíamos, responde a parámetros clínicos de la psicosis en general y de las psicosis infantiles y autismo. Como forma de intervención se funda en la práctica entre varios, se soporta en el caso a caso y pone de relieve la transferencia como condición de posibilidad de las intervenciones.

1. En el comienzo esta la oferta:
Al estar nuestro dispositivo orientado a niños y jóvenes, principalmente diferenciamos los pedidos de los padres o de la realidad del futuro participante. No suponemos una continuidad sino que producimos en el comienzo una inscripción del corte que ya preexiste entre ellos.
Con los padres el trabajo se sostiene en la transferencia intentando un Otro ofreciendo un espacio diferente donde introducir la implicancia de cada uno de ellos con la producción de su hijo en el dispositivo.

2. Este primer corte va de la mano necesariamente del consentimiento del sujeto a implicarse en el dispositivo.
Este consentimiento tiene dos aristas. Por un lado la abstinencia consiste en rechazar la oferta que podría haber de tomarlos como objetos de goce y por otro lado restringirse a los indicadores de posibilidad de los sujetos. A partir de allí la transferencia es la herramienta con la cual operar.

3. Según esto las actividades deportivas se establecen como “un fondo”, despegadas de los coordinadores.
Se establece un principio fundamental que regula la existencia y da coherencia a las participaciones, se podría enunciar como un “se hace deporte”, en impersonal. Las maniobras transferenciales implican pivotear entre un fondo de actividad y la posición subjetiva de cada participante. En este sentido las actividades están supeditadas a los movimientos de los participantes considerados como electivos.
Ese movimiento de pivote de los coordinadores de la actividad solo se articula a las elecciones de los sujetos. El dispositivo acompaña esas elecciones.

4. Dinámica del dispositivo.
El dispositivo tiene tres tiempos, una apertura, un desarrollo y un cierre. Cada momento responde a efectos subjetivos y no a una medida estándar o basada en la actividad física. Tampoco el eje de la enseñanza deportiva es lo que organiza las actividades. El momento de apertura implica una lectura de los factores que nos permiten dar cuenta de una elección de implicación en la actividad por parte de alguno o varios de los participantes.
Sostener la actividad como fondo, y según el caso, tomar alguno de los coordinadores el rol de pivote permite articular la posición subjetiva de los participantes respecto de aquella a la cual eligen o no incluirse. Favorecer y respetar los modos propios en que cada uno realiza su condición de posibilidad de incluirse en la actividad es el motor del dispositivo.
El cierre de la actividad supone por parte de los coordinadores la elección de un momento privilegiado para la producción de efectos sobre la subjetividad de los participantes.

5. La potencia del deporte reside en la capacidad de acotarse y reducirse a elementos básicos que favorezcan lo posible de cada uno.
La potencia del deporte reside en las posibilidades de oferta. Los parámetros son flexibles, los elementos múltiples y la disponibilidad es llevada al máximo para poder pescar los modos propios de posibilidad y a partir de allí construir. Estas condiciones están dadas en el recorte que realizamos y en la actitud renovada de prepararnos para la sorpresa.

6. La respuesta subjetiva
La dimensión electiva de la participación permite legar las posibilidades de sujeto al marco de encuentro y desarrollo de la actividad. Posibilitando el efecto retorno por el cual es el sujeto no solo inventa sus recursos para la participación sino que es él mismo responsable de su existencia dentro del dispositivo. Ya que la respuesta subjetiva emerge articulada al Otro como promotor de la invención que liga al sujeto a un mundo posible.

Una forma de abordar las problemáticas del lazo social en niños y jóvenes: el deporte inclusivo.




Conocimos a la mamá de Juan en una actividad que realizamos por única vez. Pasado un tiempo de aquella nos consultó por nuestras actividades permanentes. Sin embargo, respecto de aquel encuentro relata que Juan se quedó muy contento y siempre le recuerda “el kayak amarillo”. Por su parte, ella también admite que se sintió aliviada porque no se repitió la exclusión de su hijo como otras veces. Generalmente le dicen “no sabemos qué hacer con él”. Por diferentes motivos tanto la madre como el hijo habían quedado marcados por aquel encuentro: uno por el kayak amarillo y la otra por el cese de la frustrante repetición.

Nos interesa caracterizar ese primer encuentro por las claves que permite recoger. La actividad consistía en una serie de actividades grupales de iniciación al kayak, actividades con remos y pelotas en la orilla y luego otras más cercanas a la actividad acuática propiamente dicha. Debemos aclarar que ninguno de los participantes se conocían previamente ni habían realizado anteriormente esta actividad. 

Juan se presentó absolutamente disperso, inquieto y verborrágico en un primer momento. No se implicaba en las consignas, no registraba el espacio –por nosotros remarcado- y tampoco se interesaba por  lo que hacían otros participantes a su alrededor. Sin embargo, no tuvo una conducta agresiva ni disruptiva, lo cual, fue indispensable para sostener un encuentro. Aún con todos estos componentes, él fijó su atención a un Kayak amarillo e hizo de él, un objeto privilegiado. Encontró un lugar, podríamos decir, en ese espacio abierto y con muchas personas; y se instaló allí. 

Dentro del marco de nuestra propuesta teníamos previamente acordado hacer un diagnóstico rápido de las capacidades del grupo y su dinámica y contábamos con estrategias tener para cada situación posible. Entendemos que la capacidad de armar el modo de participar de cada sujeto depende de la forma en que se estructure la situación. Por lo tanto, buscamos que él y su kayak amarillo no se fuera de órbita respecto del centro gravitacional de la actividad. Desde ese lugar, subido a ese kayak amarillo en el parque del predio, se instaló como una forma de estar lo cual para nosotros es su modo de participar. 
Nuestro modo de abordar en lo inmediato de la situación fue plantear “una zona” donde no quede ni muy aislado ni muy expuesto. Y desde allí esperar que se despliegue su participación. Muy avanzada la actividad pidió de llevar el kayak al agua y estuvo allí en la orilla subido a “su” kayak amarillo hasta al final del encuentro. Creo que esta forma de abordar la situación tranquilizó a la madre y le dio a Juan un tiempo que posibilitara el encuentro con “lo nuevo” hasta donde fuese posible y deseable para él.
Nos parece importante esta reseña porque entendemos que esta intervención causó que la mamá de Juan haya solicitado la posibilidad de participar en las actividades permanentes.
Una práctica inclusiva se desenvuelve en el margen muy estrecho que existe entre estigmatizar  y aceptar ciertas condiciones. Es decir, sin hacer de ellas una forma de ser sino una potencialidad de encuentro dirigido hacia lo nuevo. Este delicado y frágil límite, entendemos, hace lugar a un cambio posible.

¿Cuál  es el tiempo del deporte inclusivo?

Nuestro dispositivo trabaja de forma general para intentar hacer un pasaje de lo que se presenta como “improductivo” a cierta movilización y puesta en marcha. Elegimos estas imágenes porque entendemos que son los que el común denominador de las personas utiliza como criterio para juzgar o valorizar una acción o conducta. De modo que no seria correcto decir que un niño “es” hiperactivo o inactivo, sino que solo lo es en cuanto y en tanto que esa hiperactividad o inactividad son “improductivas” o carentes de sentido para aquellos que la perciben e interpretan dentro de un contexto dado. La Verborragia, por ejemplo, es solo un síntoma si habla de nada o sin sentido y en la medida que el interlocutor no encuentra su lugar en el diálogo. Y, si no habla nada, por el contrario, es solo un síntoma en la medida en que sus silencios entorpecen el devenir de lo que se espera dentro de un orden y tiempo de la cotidianidad que lo contiene.
Por lo tanto, desde nuestra perspectiva, no hay un niño que no haga nada. Y en segundo lugar, fundamentalmente, sostenemos que aquello que hace -aún cuando sea silencio o quietud- puede ser interpelado y puede ponerse en relación con alguien mas allá del sentido. De forma que siempre encontramos un punto de partida. Es decir, aquello que el “participante” (tal es nuestra denominación para los participantes dentro de nuestro dispositivo) ya está haciendo aunque no lo percibamos. Es nuestra tarea encontrar el modo de ponernos en relación con ello. Sin apuros, dando tiempo y fundamentalmente respetando la modalidad de presentación de eso que despliega frente a nosotros. A veces, en este orden de cosas, entender puede ser un obstáculo. Esa temporalidad en suspenso y fuera de sentido permite dar tiempo a lo que se manifiesta como sorpresa. En ese momento comienza una segunda etapa que describiremos más adelante.
Finalmente, si podemos dar ese paso, se va a poder mover el “switch” y pasar de esa modalidad repetitiva o excluida de los circuitos del mundo a un modo productivo. En este nivel, el despliegue conductual va a adquirir un estatus de relación y contención. Esas conductas sintomáticas que se presentan como improductivas, estereotipadas o disruptivas se pondrán en relación con alguna práctica instalada del mundo alterándolas cualitativamente. Para ello, hemos desarrollado, el deporte inclusivo. Con su metodología específica nos permite articular ese pasaje. Adentrémonos en este caso para observar esta metodología en funcionamiento. Entonces, de forma resumida: un momento cero consiste en recibir y esperar el advenimiento de un gesto, una elección, un dicho, algún detalle que sea nuevo y, en un segundo momento, encauzar el despliegue en el vínculo con otros.
En este caso, Juan comenzó a participar de las actividades en un grupo reducido. Se presentó del mismo modo que aquella primera vez en la actividad abierta de kayak. Sin embargo, en esta oportunidad el encuentro se realizó en el salón del gimnasio. Estuvo verborrágico, inquieto y disperso durante los primeros encuentros. En un breve lapso encontró o construyo su lugar, un primer lugar. Se colocó en la ventana observando la estación de tren. Cada vez que el tren pasaba repetía el sonido de la barrera. Los primeros encuentros fueron así, llegaba, decía que iba a ver el tren y se colocaba junto a la ventana donde reproducía el sonido de la barrera, ninguna otra cosa era de su interés. Es muy importante para nosotros saber que la forma de participar se construye, no existe a priori y hay que dar tiempo y espacio para que se realice. Se debe acompañar, en una función de aval. ¿Qué queremos decir con esto? Que el modo de participar y el lugar si bien lo construye cada participante, ese quehacer se desenvuelve en una situación concreta y con otros. Nunca en soledad. Los coordinadores, tal como su nombre lo indican, van realizando un direccionamiento conjunto del proceso no solo con el participante sino también con la familia. Por lo tanto, los modos de participación advienen como producción del dispositivo e implican al participante, a los coordinadores, a los otros participantes y a las familias. No pertenece exclusivamente a ninguno pero requiere de todos. Para nosotros “esperar y dar tiempo” es nuestra herramienta para descubrir esos atisbos de actividad constructiva. 
El modo de empezar para Juan fue ese. Hicimos algunas actividades en las cuales tomamos elementos del tren aunque solo ganamos una atención parcial. Automáticamente era capturado por el sonido de la barrera y se pegoteaba en su repetición sonora. Podíamos palpar como le daba cuerpo a la sonoridad de la barrera pero no podíamos intervenir allí. Alguna vez nos pidió algo para sentarse junto a la ventana y alguna otra vez le dimos un palito para que simulara una barrera en un juego de tren que aceptó por momentos. Y, esto empezó a producir exactamente eso, “momentos”. Había momentos donde la barrera lo capturaba en el “tilín tilín” y momentos en que se disponía a observar o comentar algo de lo que estaba sucediendo a “su” alrededor. Siempre desde “su” lugar junto a la ventana. Lo interesante es que la barrera -al actuar solo cuando el tren pasa- deja un margen de disponibilidad para alguna otra cosa. Es decir que nuestra posibilidad de acción surgió propiamente de la característica propia de este elemento en el que él afirmó su presencia en el dispositivo. En la intermitencia de la barrera.

¿Cuáles son los materiales del Deporte Inclusivo?

Los materiales u objetos que acompañan este proceso son cualesquiera. Son simplemente aquellos que están en el lugar adecuado en el momento oportuno y eso es simplemente una contingencia. De allí que sea tan importante el “timing” de esperar y acompañar el suceder de la actividad. Pudimos inferir que fueron los tiempos muertos de la barrera los que nos dio el tiempo potencial para que otra cosa ocurra. En esa brecha pudo aparecer un primer juego con una soga. 
En esta etapa ya estábamos en una situación cualitativamente diferente a la inicial. Su participación tenía una organización que consistía en la ventana -en tanto espacio recortado del resto del salón- y los momentos en que los que el tren no pasaba y la barrera simplemente se callaba.
Jugando con una cuerda, en ese margen de posibilidad (en uno de esos momentos en que la barrera se callaba) dejó ese lugar primero junto a la ventana y se enroscó en la cuerda para decirnos “estoy atrapado”. Frase tan simbólica como literal. A partir del objeto cuerda empezó a relacionarse con otro de los participantes que también estaba interesado en la cuerda. La estructura de una nueva temporalidad empezó a construirse e involucraba a otros que manipulaban la cuerda, entre ellos incluidos los coordinadores. Una dialéctica de tirar y aflojar se puso en juego. Siempre interrumpida o entrecortada por el llamado de la barrera. En este pequeño ejemplo uno puede pescar un sujeto “constructor” que asigna valor (de atrapado) a la acción que realiza. Lo que sigue nos confirma, una vez más, esa zona ambigua donde el participante esta involucrado en la decisión que determina su modo de estar allí en esa situación. Emerge y se reconoce en un contexto con otros que promueven ese escenario.
En una de esas ocasiones en que jugábamos enredados en la cuerda llegó el llamado de la barrera y un gesto que pintó -de punta a punta aunque efímeramente- de que se trata una práctica que se pretenda inclusiva.
Juan, al ser sorprendido jugando por el sonido de la barrera, dijo “otra vez el tren” al tiempo que corporalmente, gestualmente, figuraba una división y una decisión. Su torso y sus manos todavía aferradas a la cuerda sin querer soltarla participaban de una escena y su mirada y sus piernas dirigidas a la ventana que lo convocaba desde un lugar lejano. Instante en que fue capturado por nadie más que su propio deseo, seguir jugando o…
Esta interpretación posible que damos contó con una frase que tanto nos hizo pensar, “otra vez el tren”. ¿Cómo tomarla? ¿Por qué pronunciarla? ¿Por qué no salir disparado como otras tantas veces? y segundo ¿por qué “otra vez”?. ¿Cómo se había roto esa continuidad repetitiva del “tilín tilín”? sea como sea, él ya era otro de la barrera. Y todas las veces anteriores que no eran veces en sí mismas -porque nunca se habían constituido como una primera vez como para que después haya una “otra vez”- sino que cada vez era la misma vez y, sin embargo, ahora si hubo una segunda vez que se inscribió como “otra vez” respecto de todas las anteriores. Y, como si fuera poco, estaba el hecho de que esto le pesó al sujeto. Lo ponía en situación de elegir aunque de alguna manera ya había elegido porque esa forma de decirlo ya era una queja. Momento de transformación profunda aun cuando en aquella oportunidad ese gesto haya concluido en abandonar la soga y volver a la ventana, no sin cierta resignación. Nosotros ya sabíamos que algo había cambiado radicalmente.

Desde ese momento, su participación fue mucho más en el espacio de intercambio que junto a la ventana. Saludaba y reconocía a los otros participantes. También alternaba, al final los encuentros, entre ordenar todos los objetos que fueron usados o ponerse a llorar por no quererse ir. Este tipo de conductas tuvieron una repercusión en la vida cotidiana. En el colegio, nos cuenta la madre, participaba mucho más y los docentes lo veían distinto. Respecto de su escolaridad podemos decir que estuvo dos años de permanencia en el mismo grado donde si bien no era agresivo ni molestaba a nadie tampoco se justificaba pasarlo de grado porque no participaba de las actividades, lo cual al parecer, era el criterio con que se evaluaba su escolaridad.

¿Quién toma la decisión de incluirse?

Esta es una pregunta interesante y que vale la pena realizarse. Porque si bien para nosotros ese momento tan puntual como efímero en el cual dice “otra vez el tren” tomando distancia de esa conducta automática a la vez que reconociéndose en ese llamado tampoco alcanzó para que abandone este hábito rápidamente.
Sin embargo, podemos relacionar ese micromomento con otro distante en el tiempo pero en cierta línea de continuidad con la decisión de estar aquí o allá.
Para ese entonces Juan había traído al grupo un juego muy bien aceptado por el resto de los participantes. Lo llamó “los caballos”. A la cuenta de tres había que realizar un trayecto corriendo una carrera de caballos y terminar saltando en unas colchonetas. Este juego ofrecía diferentes lugares, funciones y tiempos lo cual demuestra otro estatus de participación y de aceptación del grupo. Él designaba quien era el anunciador que debía dar la orden de largada, cuál era el lugar de salida y cuál la llegada; también se intercambiaban estos roles. Este juego se realizaba inalterablemente al comienzo de los encuentros. A veces duraba mas o otras veces menos. Tampoco era segura la participación de los demás. De todas formas este juego le daba un lugar especial durante los encuentros del que todos disfrutaban. Tanto fue así que en cierta ocasión, estábamos todos jugando a los caballos, Juan interrumpió con cierta angustia, para decirnos “lo perdí al tren”. El tren había pasado sin que haya prestado oídos al llamado de la barrera. Casi inconscientemente había olvidado el asunto de la barrera por estar jugando. 
Para nosotros, sin duda, esa frase y ese momento marcan el cambio definitivo en la forma de Juan de estar y ser parte. Perder el tren equivale a ganar en lazo. Y esta transformación es recibida desde un lugar productivo ya que en este caso este proceso tuvo efectos más allá de nuestro espacio.
En este punto es donde referimos la importancia de la coordinación de las actividades y de la inclusión de las familias en el proceso de forma activa. Como los efectos del trabajo que realizan los participantes desborda la actividad misma sobre el espacio de la cotidianidad que habitan es sumamente importante como los padres vayan acompañando estos movimientos. Ya que son el puente entre el trabajo que se va realizando y los diferentes circuitos que transita el niño.

Al llegar el cierre de año realizamos una reunión con la mamá de Juan. Nos comenta que lo van a pasar de año debido a los cambios respecto de su vínculo con lo demás compañeros de colegio y su quehacer en las actividades escolares. Y, aún cuando estaba muy feliz por esto, surgieron las dudas respectos de qué hacer en el verano y de llevarlo o no a la colonia. La situación indeseable según ella es que se repita la exclusión porque los adultos con quienes Juan trata no puedan “anticipar lo esperable”. Fue muy beneficiosos para todos trabajar esta concepción ya que si los adultos con los cuales Juan interactúa están en posición de anticiparse a la espera de lo que se espera de él, en tanto repetición, generan un hábito estereotipado y que acostumbra a Juan a ser quien ellos suponen que es, o debe ser. Es una concepción paradójica porque el precio de la supuesta inclusión sería la estigmatización. Por ello es que no se puede pensar la inclusión como estar o no estar, sino en los modos en que se está. Es habitual que “el mundo” es decir los lugares, espacios y actividades sean rígidos y la inclusión se piense como acomodación del sujeto a los hábitos de tales espacios. Coincidimos con que toda la diferencia reside en trabajar para el advenimiento de la sorpresa (que puede resultar incomoda) o no, por el contrario, adaptar, habituar y acomodar el sujeto a la situación.

Lo interesante de esta conversación con ella es el punto en que solo cabe la decisión de arriesgarse a la incertidumbre de la sorpresa –no sin ciertos cuidados y seriamente- o ir a lo seguro de la repetición de lo mismo. En ese punto ella se involucra de otro modo y no queda expuesta frente al otro como inalterable. Frente al “es así” hay que apostar al “podría ser de otro modo” siempre y cuando esa apuesta sea legítima. Este punto remite a la responsabilidad y ética de cada cual frente a la situación de encuentro con un niño. Felizmente, al retomar la actividad luego del receso de verano, nos encontramos con la grata sorpresa de que por primera vez Juan había podido concurrir a una colonia sin inconvenientes.
Desde Viento en Popa consideramos que el Deporte Inclusivo es mucho más que deporte, es una oportunidad estratégica para encauzar y causar un movimiento en la forma de estar y participar de los niños respecto de ellos mismos, de sus espacios y su familia promoviendo una transformación productiva para el sujeto como para la sociedad. En este caso partir de pequeños elementos y tiempos construyendo conjuntamente posibilidades de armar roles, funciones, tiempos que estructuren un quehacer total percibido positivamente por los espacios a los que concurre Juan es lo que podemos significar como inclusión.
Por ello como conclusión general podemos afirmar que sea cual sea la naturaleza de la actividad que se realice un dispositivo promoverá un trabajo de inclusión si:
- Entiende la función que tiene el contexto en la valoración de las conductas. 
- Está dispuesto a relativizar el sentido e intencionalidad de las conductas y sujetos. Es decir que es el propio sujeto el que da el contexto de referencia para abarcarlas.
- Se prepara para la sorpresa. Lo cual supone, estar convencido de las posibilidades de cambio de los sujetos, al menos en cuanto a las dinámicas de participación.
- Puede dar tiempo acompañando y respetando una decisión que no se determina únicamente en el sujeto.
- acepta que hay un límite al alcance de la intervención y a las posibilidades de cada sujeto en la temporalidad que lo constituye.
El deporte inclusivo como metodología específica de abordaje de la inclusión del lazo social en niños y jóvenes no puede desentenderse de la necesidad de reflexionar y llevar a la práctica nuevas formas de intervenir, en las cuales, no recaiga sobre los niños individual y solitariamente las implicancias de participar y la decisión de incluirse.

Lic. Spangenberg, Germán. 

Prácticas inclusivas: entre salud y educación.



La inclusión es un modo de nombrar una preocupación actual, representante de nuestra época. Una primera forma de acercarnos a la inclusión podría ser pensándola como el conjunto de preocupaciones, teorías y prácticas alrededor de las transformaciones en los modos de producción de los lazos sociales y sus consecuencias. Las transformaciones respecto de los lazos sociales han tomado especial relevancia para el conjunto de la sociedad, sin embargo, es en los campos de salud y educación donde la pregunta por la inclusión adquiere mayor urgencia. 

El presente artículo reflexiona sobre algunos puntos centrales para pensar prácticas inclusivas. A lo largo del texto vamos a desandar las operaciones que creemos fundaron el campo de la inclusión, situaremos dilemas respecto de cómo elegir una posición y las posibles consecuencias de la misma. Entendiendo la inclusión como una forma de circunscribir una problemática y ofrecer una práctica que atraviesa el campo de la salud y la educación sin poder reducirse en ninguna. Finalmente presentaremos un dispositivo como forma de intervención surgida de estas reflexiones. Nos referiremos al DEPORTE INCLUSIVO.



TRANSFORMACIONES SOCIALES

La inclusión como tal surge en un momento determinado con una forma de expresión propia y en respuesta a problemas específicos. Esta novedad concerniente a la sociedad en su conjunto supone una transformación que nos permite conocer un estado anterior y proyectar estados de situación futuro. En este sentido consideramos que hablar de sociedad supone metodológicamente un corte arbitrario sobre una dinámica continua. Su análisis requiere distintas “fotografías” de estados para luego reconstruir los nexos que articulan las transformaciones. 

Hechas estas aclaraciones podemos dar paso al desarrollo de nuestra propuesta: Inicialmente vamos a caracterizar el campo de la salud, una cantidad de situaciones y problemas de los que emerge la preocupación por la inclusión. 

“LO SOCIAL” UN PROBLEMA DE LA SALUD

La enorme multiplicación de instituciones creadas por familiares de personas con alguna problemática de salud es un síntoma de la transformación social que referimos. Especialmente respecto de la salud mental. En este punto debemos recordar que por síntoma entendemos un discurso que emerge desplazado de su origen, es una manifestación (discursiva) dislocada.

Vamos a tomar dos referencias históricas que contextualizan este fenómeno, es decir que permiten textualizar la expresión sintomática:

1) la definición vigente de SALUD de la OMS  y, 

2) la Ley de Salud Mental nº 26.657.

La definición de la salud de la OMS vigente sin modificaciones desde 1948, refiere un estado de completo bienestar físico, mental y social; y no solamente  a la ausencia de afecciones o enfermedades. ¿Acaso no es ese “no solamente…” -que es parte del texto de la definición de salud de la OMS- un indicador de donde reside el punto conflictivo en la definición? 

Pues bien, en nuestro país hubo que esperar 60 años, es decir, hasta 2010 para que haya una ley de salud mental que intente desmarcarse de esta inercia biologicista de la salud. Esta propone una perspectiva centrada en los derechos humanos y la participación democrática para pensar el campo de la salud mental.

Ahora bien, si hablamos de sociedad tal como sostenemos, es importante notar que los fenómenos hay que leerlos en su trama. Y, si algo está muy claro en esta articulación es la especial relevancia de lo jurídico para desnaturalizar una práctica muy emparentada con la naturaleza como la de la salud. El factor jurídico es el que finalmente da el marco de potencialidades apropiado para replantear prácticas en salud. Lo cual, sin embargo, no es suficiente para una transformación real de las prácticas en salud.

El paradigma tradicionalmente llamado Médico-Hegemónico se caracteriza por un tipo de operación específica. En su producción de saber privilegia el aspecto orgánico, reduciendo la circunstancia vital global del ser humano, tal como queda problematizado en la definición de la OMS. Nombraremos a esta operación “sinécdoque” . 

El campo de la salud bajo esta lógica extendido, no encontraba mayores obstáculos en la práctica ya que tenía el derecho legítimo para efectuarse de tal modo. Un largo silencio de 60 años para rescatar, ahora sí, de forma legítima otros aspectos de la salud. Entendemos que en este punto se produce una bifurcación en el aspecto jurídico de las prácticas de salud y el aspecto material de las mismas. Es decir, en cuanto a lo estrictamente legal las dimensiones “silenciadas”  de lo mental y lo social tienen derecho a expresarse. Sin embargo, en el aspecto material debemos preguntarnos por el alcance en las prácticas de estas legitimaciones jurídicas. ¿En qué medida se han logrado efectuar metodologías y practicas acordes a la naturaleza propia de estos términos? ¿Qué obstáculos han encontrado, como han intentado sortearlos y qué resultados obtuvieron?

Sin duda, el hecho de que solo hayan pasado unos pocos años desde la sanción de la ley –aun cuando hoy en día se la vuelva a poner en jaque- no ha dado el tiempo histórico necesario para ello. Estrictamente nos preguntamos qué condiciones de expresión y recepción ha encontrado el malestar subsumido por la sinécdoque biologicista. 

Nuestra hipótesis enuncia que si bien estas instituciones-no-médicas han encontrado terreno para manifestarse de pleno derecho, lo han hecho de forma tal que en sus manifestaciones no han podido encontrar un interlocutor que no sea interno a la lógica que las funda. Brevemente  diremos que esta heterogeneidad de instituciones se caracteriza por tres aspectos:

se definen como “usuarios” del sistema de salud, principalmente para desmarcarse del estigma de la enfermedad.

Intentan romper con la asimetría saber-no saber que instituye la perspectiva médica.

rescatan la dimensión de participación y el derecho que involucra al conjunto social.

Este recorrido nos permite situar una problemática social en calidad de síntoma en términos discursivos. Por tal referimos al desplazamiento de lo silenciado por la sinécdoque al campo de lo social, retomado por múltiples instituciones. Desplazamiento posibilitado por los cambios en el campo jurídico. Ahora bien, entendemos que esta traslación deja el lugar de origen sin interrogar y el lugar de expresión sin posibilidad de interpretación.  Lo que pretendemos señalar es que no hay puente, conector o interlocutor entre el campo de salud todavía bajo la inercia del discurso Médico-Hegemónico y los malestares sociales que tienen su propia textualidad. Faltaría la operación de alojamiento, traducción y reinscripción del mensaje propios de estos actores en el campo de la salud. Esta lógica revela cual es la posta que recibe la inclusión, en qué coordenadas se origina.

EL DIAGNÓSTICO: OPERADOR DEL CAMPO DE LA SALUD SOBRE OTROS CAMPOS. 

Demos un paso más. Consideramos que aun cuando los cambios en los campos jurídico y social son fundamentales para dar lugar a prácticas en salud inclusivas, todavía hay una inercia en el campo de la salud que obstaculiza esta transformación. El diagnóstico es el operador que permite la continuidad de efectos de la sinécdoque.

Repasemos, el Saber-Médico en tanto género discursivo produce el diagnóstico como un código con una función específica dentro de un discurso particular. Sin embargo, este se desliza hacia otros ámbitos cambiando la función de su discurso de origen. En el “diálogo” con otros ámbitos no específicos de saber médico el diagnóstico cobra la función de “”señalética”: “La señalética corresponde a un sistema de comunicación visual sintetizado en un conjunto de señales o símbolos que cumplen la función de guiar, orientar u organizar a una persona o conjunto de personas en aquellos puntos del espacio que planteen dilemas de comportamiento, como por ejemplo dentro de una gran superficie” .

Obsérvese que se trata de una comunicación sintetizada que cumple la función de guiar en situaciones dilemáticas de comportamiento. Por lo tanto podemos concluir que  cuando el diagnostico opera fuera del saber médico (convirtiéndose en Médico-Hegemónico) lo hace en este sentido: orienta y guía a raíz de obturar las situaciones dilemáticas. El primer aspecto a resaltar es el del diagnostico como guía fuera del ámbito médico. Traduce e impone una forma-de-hacer-con a partir de la cual proyecta y crea el mundo donde se desenvolverá tanto el sujeto diagnosticado como aquellos que entren en relación con él. Retomaremos más adelante el aspecto que refiere a la situación dilemática.

Dimensión Médica  PUENTE: “forma-de-hacer-con”  Mundo

Ahora bien, el mundo definido acorde a la forma-de-hacer-con propia de la dimensión médica es exactamente lo que llamamos “campo de la discapacidad”. Este campo es la configuración de un mundo acorde a la dimensión médica que propone una praxis específica. De forma tal que lo que se configura como “campo de la discapacidad” es un mundo anexado y acorde a la forma y contenidos del Saber-Médico.


Este operador adquiere especial relevancia en el momento de la infancia y en el ámbito de la educación. Si tal es el impacto que el diagnostico tiene en el mundo ¿Cómo incidirá este ambiente así influenciado en el crecimiento y desarrollo de un sujeto?  Por otro lado, una pregunta que vale la pena desarrollar con mayor amplitud ¿Cómo incidirá este efecto sobre las instituciones y en quienes se desenvuelven en ellas? Por ejemplo ¿de qué modo se verá condicionado el acto docente bajo estas condiciones?

OPERADORES DE INCLUSIÓN: LA RESPONSABILIDAD .

Determinadas algunas de las líneas que configuran el campo de la inclusión avanzaremos en propuestas y pronósticos. Introduciremos la noción de responsabilidad para dar una perspectiva al conjunto de problemas tratados de la que puedan extraerse condiciones de posibilidad para prácticas inclusivas.

Eliminemos una primera ambigüedad. No nos referimos a la responsabilidad objetiva o legal, es decir a la responsabilidad del campo jurídico. Nos referimos a la responsabilidad como aquello que define a la persona como una entidad espiritual en tanto que se ve obligada a responder de sus actos. Esta dimensión supone como condición de realización la libertad, no aplica para ninguna conducta ejercida involuntariamente. Acciones involuntarias o automáticas al no realizarse bajo el fundamente de la libertad no pueden considerarse alcanzadas por la responsabilidad.

Otro aspecto de la responsabilidad es el de ser el fundamento del lazo social. En el texto de Ferrater Mora se refiere a una escuela filosófica que define la responsabilidad por ligar al sujeto responsable con la sociedad y con Dios. Retomamos esa línea de pensamiento proponiendo que la responsabilidad liga al sujeto con el semejante y con la sociedad como representante global del bien común. La responsabilidad, es decir, la respuesta surgida de nuestra espontaneidad que crea un lazo de reconocimiento mutuo con el semejante y una inscripción en la dimensión social que los contiene.

Un oxímoron, la responsabilidad es la respuesta obligada por la libertad. ¿Cómo debemos entender este obligación de libertad? En este punto es donde la responsabilidad se articula al desarrolla anterior. La noción de responsabilidad desde esta perspectiva nos permite retomar el problema clave de la inclusión. 

En este punto vamos a retomar la función de señalética -que toma el diagnostico en ámbitos diferentes al ámbito médico- por medio del cual se configura un mundo para el sujeto diagnosticado. Y, habíamos resaltado que según la definición de señalética, esta sirve para guiarnos y orientarnos en situaciones dilemáticas del comportamiento. Es exactamente en esta dimensión donde la responsabilidad se articula para ofrecer un campo de acción posible para las prácticas de corte inclusivo.

Las situaciones dilemáticas de comportamiento son aquellas donde no sabemos cómo actuar en el sentido de que no poseemos un saber previo que nos oriente. Son las situaciones de máxima responsabilidad y, por lo tanto, de libertad. Ahora queda esclarecido en qué punto el diagnóstico (fuera del ámbito médico) obtura ese dilema que se le plantea a los sujetos que intervienen con personas diagnosticadas. La consecuencia más estruendosa es la supresión de la libertad como condición de respuesta responsable y con ello la imposibilidad de generar los efectos que de ella se desprenden, nada más ni nada menos que el lazo social. El vínculo de recíproco reconocimiento entre el sujeto que responde y el semejante que se inscribe y contienen en la sociedad.

El encuentro con la situación del otro necesariamente debe generar un dilema que promueva la acción espontánea (no condicionada por un saber previo) por medio de la cual se forje el lazo social como estructura tripartita. Este acto de respuesta promueve una subjetivación que trasciende en una inscripción social. 

Desde nuestra perspectiva, es en ese nudo donde debe insertarse un dispositivo de corte inclusivo.

Para finalizar nuestro recorrido presentamos una intervención que se desprende de este análisis: hace un tiempo que trabajamos para forjar una práctica inclusiva que llamamos DEPORTE INCLUSIVO.

Como tal el deporte inclusivo tiene la finalidad de hacer accesible el lazo social. Estratégicamente elegimos un campo que renueve las condiciones de desmarcarse del diagnóstico, nos referimos al deporte u actividad física. 

El deporte inclusivo retoma los fundamentos de la práctica entre varios,  replanteando la inclusión desde la perspectiva anteriormente desarrollada. 

Como campo, se desmarca del peso de los ideales sociales, rompe con la asimetría respecto del saber, a los sujetos se los nombra participante -destacando su ser de parte del grupo-, los referentes coordinadores son más de uno para romper con la aglutinación del poder, reintroduce el decir de los padres sobre los hijos, etc. No obstante el aspecto central del DEPORTE INCLUSIVO es el de promover el margen de libertad necesario para la respuesta subjetivamente. Es en ese espacio por el cual el coordinador se hace agente de reconocimiento e inscripción del semejante donde podemos refundar el lazo social como condición primera de toda definición de salud.

De forma resumida presentamos una intervención que se desarrolló a lo largo de tres años que de alguna manera se convirtió en paradigmática para nosotros. Recibimos un adolescente y su familia en una situación muy difícil. En su institución educativa estaba solo en el aula con todas compañeras. Se peleó uno por uno con todos sus compañeros y la institución para evitar mayores problemas fue trasladando a todos los compañeros a otras divisiones. Finalmente este joven llega a nuestro dispositivo con el diagnóstico de “desafiante, oposicionista”.

Fueron una serie de intervenciones en un mismo sentido: no encarnar la autoridad, no determinar un centro de oposición sino múltiples centros de elección. Nuestras actividades de corte recreativo  coordinadas por más de un interlocutor nos permitió ir alternado intercambios sin ofrecer puntos de resistencia. Esto posibilito en primer lugar desmantelar las respuestas violentas y descomprimir para dar paso a las conductas productivas.

El segundo momento se podría caracterizar por un despliegue enorme por parte del participante. Una producción de acciones y un protagonismo desmedido que tuvo que ser soportado y alojado como tiempo necesario para poder concluir en la invención. “La radio” fue la creación de ese aparato que trasmitía todo lo que se veía y se hacía. En tanto oyentes y agentes de lo referido en la locución empezamos a tener un lugar en la realidad construida por el participante y a tener un lugar la radio en la actividad. 

Esta invención produjo no solo un apaciguamiento notable sino que notorio para la familia y la escuela. Desde esta plataforma se operó una transformación aún mayor. La función de participar con otros se sostuvo en torno a recomendar series y películas. Esta función tuvo una trascendencia fundamental en el campo de lo social. Un joven adolescente adulto que puede ver y comentar con otros de series y películas puede prescindir de acciones violentas. En este contexto se produjo un feliz egreso del colegio secundario y un comienzo esperanzador para él y su la familia. Nuestro dispositivo le otorgó un anclaje de pertenencia que le da la posibilidad de ir y venir entre otros dispositivos. Hoy sus comienzos en la universidad nos dan cuenta de la trascendencia de nuestra intervención en los efectos sobre el espectro social.



Lic. Germán Spangenberg 

Cofundador Viento en Popa


Encrucijadas de la inclusion, el deporte como respuesta.



Breve introducción a la temática 

El deporte es una de las instituciones al servicio de la sociabilización más antiguas. La función social del deporte se constata desde tiempos inmemoriales, a lo ancho de la tierra y en diversas culturas. Un claro ejemplo son los Juegos Olímpicos cuya larga tradición permanece actualmente vigente. Hace aproximadamente 2500 años, para los griegos de entonces, las Olimpiadas eran un acontecimiento de enorme valor político-cultural, en el cual las diferentes polis de la antigua Grecia se daban cita con el fin de mantener encendida la llama del espíritu helenístico. Lograban reunirse diferentes sistemas políticos sin perder su singularidad. Aun en nuestros días el deporte continúa teniendo esa función de cohesión e intercambio social que se refleja en la pertenencia al club de barrio tanto como en las más prestigiosas competencias internacionales donde el sentimiento nacional es representado. El motivo de esta breve introducción es poner de relieve la dimensión política y social del deporte, la cual perdura a lo largo de los siglos y consideramos estratégicamente significativa para nuestros días. 

Nuestra propuesta sobre el DEPORTE INCLUSIVO se apoya en diferentes disciplinas como la antropología y la sociología, las cuales estudian las estructuras sociales y nos enseñan que la existencia humana se realiza en una relación social estructurada que determina sus posibilidades. La psicología a su vez nos advierte de una importante consecuencia de esas estructuras sociales para los hombres. Ya que establecen siempre “un nudo” entre el cuerpo y el lenguaje, el cual ofrece un fundamento donde asentar las pautas de conducta que regulan las dinámicas sociales.  La familia, la educación y el trabajo son algunas de las estructuras sociales más fácilmente reconocibles pero, ¿por qué no contar al deporte entre ellas?  

Cabe preguntarse, en este sentido, si el hecho de que cada vez haya más niños y jóvenes que no responden a las pautas sociales, ¿no demuestra fundamentalmente dos cuestiones que no podemos continuar obviando: primera, que la sociedad como tal es una construcción histórica y, segunda cuestión, esa misma sociedad es responsable de crear y desarrollar medios de socialización “actualizados”? y, por otro lado, ¿podría el deporte ofrecer una alternativa de inclusión? 

 

La inclusión, un tema de actualidad. 

Diferentes escenarios institucionales dan cuenta de un padecimiento ligado a la inclusión que día a día es más acuciante. Especialmente en el ámbito educativo, por ser el espacio social privilegiado de los niños y jóvenes, encontramos este malestar con mayor frecuencia e intensidad, tomando cuerpo en distintas formas de violencia y discriminación entre los adultos, los alumnos y las familias. La irresolución de estos conflictos conlleva un pasaje casi directo al ámbito de la salud del cual se espera un “dictamen” regulatorio de la interacción institucional. Manifestando, de este modo, la significación legislativa que asume la práctica de salud sobre el ámbito educativo, por lo tanto el diagnostico adjunta sin saberlo un efecto de “sentencia o fallo” judicial. El otorgamiento de la certificación de una patología adquiere un valor central que determina las condiciones de encuentro entre niños y adultos y trae aparejado una frustrante desorientación en padres, educadores y directivos; ya que no resuelve los obstáculos a la inclusión. 

La interpenetración que articula estos ámbitos evidencia la dimensión sintomática de la infancia en nuestra época. Consecuentemente el intenso empuje transferido desde lo jurídico-legal se infiltra en otros campos y desdibuja o debilita la posición que podrían asumir los adultos. Esto es sensible y manifiesto en docentes cuyo acto queda inhibido por estar atónitos frente a la pregunta, “¿Qué debo hacer?”. Pregunta proveniente de otro ámbito. Sin embargo, esta dificultad no es exclusiva de los docentes ya que el saber hacer del adulto frente al niño queda desalojado cuando la dimensión del “deber” adquiere mayor relevancia en un campo en el que no se origina. Esto causa desorientación ya que desarticula los vínculos entre adultos y niños. 

 

La responsabilidad, un malentendido.

Proponemos pensar las condiciones de inclusión de niños y jóvenes articulando el concepto de responsabilidad en tanto su carácter vinculante. En estas situaciones la pregunta “¿quién tiene la responsabilidad?” es bastante típica y se desplaza entre los padres, los docentes, los terapeutas y conduce al juego de “¿quien le pone la cola al burro?” donde finalmente la figura de adulto responsable se va desvaneciendo, empobreciendo, borrando y destituyéndose del lugar de referente. Lo cual, sin duda, no es algo bueno para los niños ni para los adultos. Por ello, no solo es importante sino que se ha vuelto urgente la necesidad de diferenciar entre “tener la responsabilidad” y “ser responsable”. Si “se es” responsable uno ya está comprometido en su ser con la situación y la necesidad de dar respuesta. Si la responsabilidad “es algo” que se tiene también es algo que se puede perder o transferir. Nuestra ética nos lleva a pensar que en todo encuentro con un niño o joven sea en el marco que fuese, institucional, profesional, educativo, etc. el adulto en ese encuentro siempre es responsable. Puesto que él es quien determinada la situación cuando responde con su acto generando un vínculo y proyectando un modelo social. 

Según la etimología de responsabilidad, el término tiene su origen en la palabra “responsable” que, a su vez, procede del latín “respōnsum”, supino de “responderē”, que significa “responder” en el sentido de “comprometerse”. Posteriormente el término “responsable” se ha sufijado con “bilidad”, que confiere significado de “cualidad de”, es decir, “cualidad de responsable”. 

Por otro lado, el diccionario de filosofía de Ferrater Mora destaca que la capacidad de responder conlleva necesariamente la condición de libertad. Ya que si todos los actos estuviesen determinados la responsabilidad se desvanecería. Esto localiza a la responsabilidad por fuera de los mecanismos automatizados. Otra vertiente de la responsabilidad recorta al sujeto y el objeto de los actos. Las personas serian responsables de sus actos para sí, para la sociedad y para Dios. En este sentido queremos destacar el valor “vinculante” del concepto. El compromiso que emana de él tiene un efecto de ligazón entre los humanos. Encontramos entonces tres dimensiones de la responsabilidad: acto, libertad y compromiso. Por lo tanto, es necesario un fondo de libertar que posibilite el acto o respuesta y produzca un sujeto vinculado a otros. Utilizaremos este concepto de responsabilidad como brújula para interrogar el paradigma actual. 

 

La paradoja de la discapacidad. 

El paradigma de la discapacidad surge del modelo médico y toma fuerza de la vertiente jurídica. El sujeto que establece deposita toda la capacidad de dar respuesta en el saber médico. Esta responsabilidad articula una esperanza en tanto se esperan efectos. Por lo tanto, el saber del médico terapéutico se refuerza desde dos vertientes: desde la legitimidad jurídica y desde la esperanza en los efectos. El fenómeno que da cuenta de esto es la impotencia que sienten los adultos que ya no saben qué hacer. De forma tal que cualquier otra posibilidad de encuentro para niños y/o jóvenes queda, o eclipsada por este fenómeno, o absorbidas en él. La impotencia conduce a una paradoja que suele encontrarse en dos situaciones muy frecuentes. Ellas son, el uso de la “nominación diagnostica” como nombre del sujeto y la construcción de un “saber específico” para ese “tipo” de sujetos. Cuando el nombre de la patología se convierte en el nombre del sujeto y lo representa para espacios sociales lejanos al ámbito de la salud estamos en los niveles iniciales de exclusión. Un sujeto así nominado circula por diferentes espacios y se va produciendo un efecto de exclusión que puede finalizar en la construcción de dispositivos específicos para sujetos así tipificados como por ejemplo, “lectura para asperger” o “natación para autistas” o cualquier tipo de actividad en tanto que se defina por cierta tipificación de sujetos. 

Por ello, creemos necesario interrogar el desborde de la nominación diagnósticas. En este sentido el paradigma de la discapacidad no es suficiente para resolver la problemática de la inclusión sino se traza un borde que articule un más allá del diagnóstico. Por ello es necesario establecer que el diagnóstico es una orientación limitada y debe producir un más allá del mismo para que cada adulto asuma una posición propia en el encuentro con el niño o joven.

Lic. Germán Spangenberg
Cofundador Viento en Popa